El Museo de La Laguna de Sariñena

El mejor acompañamiento para visitar un nuevo espacio, exposición, eso que ahora se ha dado en llamar centro de interpretación, o similar, es hacerlo con alguien implicado directamente en el proyecto. Me ocurrió hace unas semanas en Graus, con motivo de la ofrenda floral a Joaquín Costa, que estuvo precedida de una visita, dirigida por el alcalde, a ese espacio pirenaico en que se ha convertido la iglesia de los jesuitas. La que escuchara en tiempos los rezos de un Gracián demasiado molesto en la capital.
Y me ha vuelto a pasar hace un par de días en Sariñena, cuando su alcalde nos acompañó en la visita al Museo de La Laguna. La visita tenía lo que mi director de tesis llamaría, a la hora de analizar una pieza, intención profunda: conocer la ubicación de dos telas salidas de mi estudio de pintor, que ocuparán un espacio de descanso en el edificio.
La primera está momentáneamente en la sala en la que se expone una interesante muestra fotográfica del avetoro. Una de las especies que mejor aprovecha los cañaverales en momentos de peligro. El cuadro es un Montesnegros del año 1999, que en el estudio, la verdad, parecía más grande... Sus dos metros resultan menos impresionantes en la sala azul del Museo de La Laguna. La intencionada iluminación del cuadro le añade intensidad.


Una de las cuestiones que me parece especialmente reseñable en el edificio es el hecho de que las obras se hayan llevado a cabo mediante talleres de empleo participados por gente joven. Entre los muchos detalles que acumula el espacio, esta pared exterior, que haría sin duda las delicias del propio Richard Long, llama poderosamente la atención del visitante. Los jardines del patio cubiertos de plantas autóctonas.


La segunda de las piezas, un Paisaje viajado de 300 x 81 cm., que estuvo en la exposición de Enate en 2005, ya está colgada en su ubicación definitiva. A veces los fabricantes de pinturas y esculturas, de los que en ocasiones, aunque sin excesos, surge algún artista, acostumbramos a indicar que tal o cual pieza parece producida para ese espacio concreto. Fue una de las últimas cosas que le oí comentar en vivo y en directo a Eduardo Chillida ante una de sus esculturas colocada en las ruinas romanas de la sala de exposiciones de la Diputación de Huesca, en la que debió de ser su única visita a la ciudad con motivo del homenaje a José Beulas. Mutatis mutandis a mí me pareció lo mismo cuando vi ese paisaje viajado, iluminado con acierto. Ese día me fui a comer a casa de mis amigos Luis y Rosa, en Peralta de Alcofea, la mar de contento.


Creo que no precisa de demasiadas explicaciones lo a gusto que me puedo encontrar en la huerta de mi amigo desde la que se disfrutan estos días vistas como la de aquí abajo...

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